Cuenta la leyenda que, en 1756, un pastor encontró una imagen de la Virgen entre unas piedras localizadas justamente enfrente de donde hoy se levanta el santuario de Nuestra Señora del Monte.
Habría que remontarse dos siglos y medio atrás, sin embargo, para encontrar los primeros indicios acerca del origen de la Virgen del Monte y de la hermandad a la que da nombre. Se tiene constancia de que ya se veneraba en Cazalla a la Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora del Monte a principios del siglo XVI. En virtud de una escritura notarial otorgada en Sevilla el 24 de noviembre de 1505, el presbítero Bartolomé Marín funda “un hospital en la villa de Cazalla de la Sierra que se dice Santa María de los Remedios, alias del Monte”, destinado al mantenimiento de los pobres. Si existía la advocación debía de existir también un santuario donde rendirle culto. La falta de documentación histórica impide saber cómo pasó el templo a la hermandad y cómo se fundó ésta.
Lo que sí está acreditado es que la hermandad de Nuestra Señora del Monte existe al menos desde 1555. La corporación entabló ese año un pleito judicial con el prior de las ermitas del Arzobispado de Sevilla, Pedro Vélez de Guevara, a raíz de la intención de éste de ocupar la ermita primitiva con sus aposentos, casas adyacentes y el arca de los ornamentos sagrados y vestidos de la Virgen frente a los derechos que alegaba la hermandad. Dilucidado en la Real Audiencia de Sevilla, el litigio fue ganado por el prior de las ermitas al cabo de siete años.
La devoción a la titular se fue consolidando como demuestran no sólo las donaciones de vestidos, ornamentos y vasos sagrados, sino también las mandas testamentarias de los fieles. Algunos de ellos estaban asentados en tierras americanas, como
el cazallero Juan Laso de la Vega, quien en un testamento otorgado en la villa de Trinidad (Guatemala) el 30 de julio de 1590 envía una limosna de diez ducados a “Nuestra Señora del Monte, que está a media legua del pueblo [de Cazalla], para aceite a su lámpara”.
El conflicto vivido con el prior de las ermitas debió llevar a la hermandad a plantearse regular su situación ante las autoridades eclesiásticas. Fue así como se redactaron las primeras reglas de las que tenemos constancia, aprobadas el 15 de diciembre de 1565 ante el notario Francisco Aragonés por el doctor Cebadilla, provisor y vicario general del Arzobispado. El capítulo VII, uno de los pocos que se conservan, establecía la obligatoriedad de la elección anual de los oficiales que habían de integrar la junta de gobierno “so pena de doscientos maravedíes a cada uno de los oficiales, los cuales desde ahora aplicamos para gastos y reparos de la dicha ermita y cofradía”.
De la continuidad de la hermandad en el primer tercio del siglo XVII da fe el pleito (1612) en el que aparece nuevamente implicada, esta vez como denunciante. Consistía su queja en la decisión de la hermandad local de la Santa Vera Cruz –con sede en la iglesia de San Benito- de figurar justo delante del Santísimo en la procesión del Corpus Christi sin respetar la prelación de antigüedad. La conservación del expediente de ese litigio –cerrado sin sentencia– ha permitido conocer algunos datos de enorme relevancia para la reconstrucción de la historia de la hermandad, como la confirmación –en palabras de testigos– de que “la Madre de Dios del Monte y Remedios es toda una misma cofradía”.
A finales del siglo XVI, el excesivo número de hospitales en el Arzobispado de Sevilla llevó a las autoridades eclesiásticas a pensar en su reducción o reconversión. En el caso del hospital de los Remedios, la notificación de reducción fue comunicada el 17 de junio de 1596 a su mayordomo, Miguel Valero. Este hospital dejó así de funcionar, quedando su iglesia abierta al culto y atendida por la hermandad del Monte.
La hermandad experimenta un ligero declive, posiblemente motivado por el fallecimiento de sus dirigentes. Ello obligó a acometer una reorganización en 1636. “Atento no haber ninguno de los oficiales de la cofradía de Nuestra Señora del Monte vivos, sino tan solamente el mayordomo y visitador”, el 12 de abril de 1636 se procedió a la elección de una nueva junta de gobierno tras quince años sin hacerlo.
Como ya ha quedado dicho, la hermandad tenía a su cargo dos templos, el del Monte y el de los Remedios, lo que disparaba notablemente los gastos de mantenimiento y reparación. En las cuentas presentadas ante la autoridad eclesiástica en enero de 1640 se detalla que 500 tejas, 500 ladrillos, cuatro cahíces de cal y su transporte a la ermita del Monte para llevar a cabo unas obras de mejora en la primavera importaron 143 reales.
El patrimonio de la corporación iba poco a poco enriqueciéndose. Entre los gastos consignados en las cuentas presentadas en 1696 destaca los ocasionados por la ejecución de un paso de palio, pieza hoy desaparecida y que debió de tener cierto valor artístico si se repara en los materiales empleados y en las alusiones a su composición y estructura contenidas en las partidas de las cuentas. El paso constaba de unas andas compuestas por “un trono con dos peanas, ocho ángeles y ocho serafines y otros cuatro ángeles grandes para las andas”, con un coste de ejecución de 810 reales. El dorado, estofado y encarnado del trono, las dos peanas, los ángeles y serafines y los cuatro candeleros corrió a cargo del maestro dorador Manuel Fernández, a quien se abonó por su trabajo 1.200 reales. De la canastilla arrancarían los cuatro varales o ‘cañones’, cuyo número se deduce de los 78 reales que costó la hechura de “cuatro perillas para remate del palio”. El palio propiamente dicho era de terciopelo carmesí bordado, “cuya tela dio de limosna el presente mayordomo [Francisco Tirado]” y en cuya confección se emplearon ocho varas de fleco de oro que importaron 300 reales, ocho varas de cuchillejo por valor de 37 reales y medio, doce varas de tela de colonia blanca para lazos por precio de 16 reales y tela de lienzo bramante para las caídas, tafetán sencillo para forrarlo y seda.
A pesar de que la primitiva efigie de la Virgen del Monte era de bulto redondo, sabemos que al menos desde mediados del siglo XVI contaba con un ajuar que permitía vestirla y enjoyarla según las fiestas del calendario litúrgico. Un inventario fechado en 1640 detallaba la existencia de cuatro mantos –entre ellos uno de “lama encarnado y plateado forrado en tafetán rosado con puntas de oro fino, que sirve y se dejó a entrambas imágenes (de la Virgen del Monte y de los Remedios) –, dos sayas y seis coronas, entre otras.
La devoción estaba ya fuertemente consolidada en el pueblo. En 1635, el clero había formulado el voto o promesa de celebrar todos los años una solemne función en honor “en reconocimiento de las maravillas de la Santísima Virgen”, que actuó como patrona y tutelar del pueblo de Cazalla “en todas las calamidades, epidemias y contratiempos”.
La Virgen se manifestaba así como protectora de su pueblo, al compás de las calamidades que en aquella época fueron tan frecuentes en España y que motivaban un elevado número de procesiones, en las que al tiempo que se pedía el auxilio de la divinidad se exteriorizaban los sentimientos religiosos del pueblo.
La pérdida de las actas capitulares del Ayuntamiento de esa época –vendidas como papel viejo en los años cuarenta del siglo XX- y de los libros de acuerdos de la hermandad impide conocer las ocasiones y circunstancias en que la Virgen venía a Cazalla para socorrer a sus hijas. Sabemos, no obstante, que una de esas salidas extraordinarias tuvo lugar en 1668, coincidiendo con la misión celebra en el pueblo por parte del jesuita padre Tirso González de Santalla. En aquella ocasión, se imploraba la intercesión divina para que lloviera. “Llovió tres o cuatro días copiosamente y esta lluvia fue lo que aseguró el año”, dejó escrito González de Santalla.
No es aventurado pensar en el languidecimiento que debió sufrir la hermandad en el primer tercio del siglo XVIII. En 1733, Martín Francisco Tirado, vicario de Cazalla; los presbíteros Diego Gaízo de la Haba y Félix Mariscal, y algunos seglares como Fernando de Villa Roel y Juan Briceño solicitaron permiso para fundar la “Cofradía y Hermandad en la dicha ermita y con el título de la referida divina imagen de Nuestra Señora del Monte, perpetua y con toda la solemnidad necesaria por derecho”. El prior de las ermitas aprobó la petición el 13 de marzo de 1733 y las nuevas reglas el 5 de junio de ese mismo año.
Los nuevos bríos de los oficiales en la nueva etapa que acababa de iniciar la hermandad y la recuperación demográfica y económica que vivirá Cazalla al comienzo del siglo XVIII también tendrá su reflejo en la corporación, que acomete la gran empresa artística de la obra de la ermita actual.
Podemos imaginarnos el primitivo templo de Nuestra Señora del Monte, ubicado en el mismo solar del actual, como un edificio construido en ladrillo o en mampostería y de una sola nave, dividida en tramos por medio de arcos transversales apuntados, que sostendrían una techumbre de madera recubierta de teja al exterior. Interiormente debía de ser muy parecido a las ermitas de San Benito y San Sebastián.
Este primitivo templo debió estar rodeado de unos pórticos a base de arcos apoyados sobre pilares, un elemento típico de la arquitectura mudéjar. No debió llegar a esta época en muy buen estado de conservación, por lo que la hermandad se planteó la ejecución de obras de restauración.
El primer recurso económico con que contó la corporación para acometer los trabajos fue poner a la venta una lámpara de plata –con un peso de 77 marcos y dos onzas– que había donado García de Toledo y que tenía la vecina de Cazalla Francisca de Vargas en prenda por una deuda que tenía la hermandad con ella de 7.000 reales. Ésta accedió a devolverla de nuevo en 1740, un par de años antes de que se iniciara la restauración.
Debía tratarse de una pieza de extraordinaria factura dado que, pese a que se tardó al menos seis años en consumarse la venta, se obtuvo por ella la suma de 12.600 reales de vellón.
La obra fue más allá de una simple restauración del templo que ya existía, levantándose realmente una nueva ermita con casa para el santero y hospedería. Aunque la intención inicial de la hermandad era restaurar la cabecera de la iglesia (la capilla mayor), el mal estado de conservación le llevaría a plantearse la ejecución de una nueva ermita.
Ello acarreó un gasto muy superior al proyectado en un principio. En concreto, la ejecución de las obras importó 22.582 reales, 10.000 más de los ingresos de que se disponían por la venta de la citada lámpara de plata. Se utilizaron, en concreto, 17.000 ladrillos, 6.200 tejas y 400 baldosas.
Las obras debieron terminar en 1753, cuando están fechadas las pinturas murales que recubren el fondo de la hornacina abierta en la nave de la Epístola. Vendría después la instalación de retablos –sólo se conserva el del altar mayor– y la colocación del mobiliario.
El patronazgo sobre la localidad y la cercanía de ésta con el santuario hicieron que a lo largo del siglo XVIII su culto y devoción se impusiera muy por encima de las demás advocaciones marianas presentes en el término municipal, como Aguas Santas, La Celda o El Puerto. Esta tendencia se acentuará en el siglo siguiente, cuando progresivamente se irán cerrando al culto todas estas ermitas rurales, perdurando abierta hasta nuestros días sólo la del Monte merced a la gran devoción del pueblo de Cazalla por su patrona.
En cumplimiento de la orden dictada por el Consejo de Castilla el 25 de junio de 1783, la junta de gobierno se puso manos a las obras en 1791 para la redacción de unas nuevas reglas. Ello era condición indispensable para lograr su legalización y eludir la extinción.
Aprobado por el Consejo de Castilla el 26 de octubre de 1795, el texto establece en 23 capítulos las normas por las que ha de regirse el funcionamiento de la hermandad. Cuenta con un preámbulo histórico en el que se recogen los escasos datos acerca de los orígenes y vicisitudes de la corporación, la declaración de patronazgo de la Virgen en 1635 y la aprobación de las reglas de 1733 y 1795. Estas nuevas reglas inauguran una nueva etapa en la vida de la hermandad, que pasa a depender de la jurisdicción ordinaria en lugar del priorato de ermitas del Arzobispado.
El patrimonio de la hermandad sufriría una seria merma con la Desamortización de Mendizábal (1835), por la que la corporación pierde las viñas y olivares que poseía en los alrededores de la ermita. Estas propiedades era lo único que le había quedado a la organización del rico patrimonio inmobiliario que tenía en el siglo XVIII.
Lo que no había mermado era la devoción a la imagen. En las abundantes epidemias u calamidades que recorren buena parte de la vida local del siglo XIX, el pueblo de Cazalla sigue buscando en su Virgen del Monte protección y amparo. Esta centuria comienza con la terrible epidemia de fiebre amarilla, lo que motivó un traslado extraordinario desde la ermita al pueblo en septiembre de 1800. Idéntica estampa tuvo lugar en la primavera de 1803, esta vez por la escasez de lluvias. Y en 1830, 1834, 1844, 1847, 1849, 1898…
Durante los años de la ocupación francesa, la imagen de la Virgen debió estar depositada en la parroquia. Así lo hace sospechar el Cabildo celebrado por el Ayuntamiento el 4 de septiembre de 1815, en el que la hermandad expuso que su titular hacía muchos años que se halla fuera de su ermita, por lo que solicitaba su vuelta al santuario, a lo que accedió la corporación municipal.
A partir de 1850 y durante la segunda mitad del siglo XIX, la hermandad debió ir tendiendo a traer la Virgen todos los años al pueblo el último domingo de agosto para celebrar su función en la parroquia. A pesar de que las reglas de 1795 prescriben su celebración en la ermita, las circunstancias que van determinando los diferentes traslados de la Virgen al pueblo imponen que se termine celebrando en la parroquia.
La falta de información en los archivos municipal de Cazalla y de la hermandad nos impide reconstruir el discurrir de la corporación durante el primer tercio del siglo XX. Sí está acreditado que fue a partir de 1927 cuando la romería comenzó a desarrollarse como hoy la entendemos, es decir, con caballistas y carretas adornadas con flores. La imagen era portada a hombros, no por bueyes.
El estallido de la Guerra Civil será con diferencia el peor acontecimiento para la hermandad en su dilatada historia, por cuanto supondrá la pérdida de la primitiva imagen de la Virgen y el saqueo del santuario.
El cura párroco, Antonio Jesús Díaz Ramos, recibió el 18 de julio de 1936 la visita de García de la Borbolla y Sanjuán, quienes, a la vista de los rumores que circulaban por Sevilla, le hicieron ver la conveniencia “de que marchase inmediatamente con ellos, llevándose la imagen de la patrona, pues no se sabía cómo iba a terminar aquello”. El párroco no accedió.
Cuatro días después, la parroquia fue totalmente saqueada, pudiéndose contemplar en la plaza “los destrozos incalculables de imágenes y altares completamente hacinados y en imponente aspecto”.
No se salvó ni la ermita del Monte ni el resto de templos de la localidad. En un informe fechado el 26 de septiembre de 1936 y dirigido al Arzobispado de Sevilla, el cura Francisco de la Rosa detalla el estado en que quedó el santuario de la patrona: “Se conserva en ella aunque algo destrozado el retablo mayor de estilo plateresco, muy bueno. Lo demás ha desaparecido también, incluso el cáliz y ornamentos que tenía. Tiene casa en la que vive el ermitaño”.
Respecto al destino de la imagen, De la Rosa escribe: “Las imágenes han desaparecido todas incluso la patrona, quemadas en hogueras hechas en el campo”. Y agrega: “De la Virgen ha desaparecido la patrona, preciosa y buena obra de talla, aunque la devoción popular solía vestirla con gran lujo. Era de no escaso mérito artístico (…)”.
El citado informe, además, señala que se perdió el paso de la Virgen, conservado en el momento de su destrucción en la iglesia de San Agustín, junto con otros de Semana Santa.
Al desaparecer la primitiva imagen en 1936, el cazallero Manuel Perea Villa encargó otra nueva al hijo del imaginero Antonio Castillo Lastrucci, aunque el Niño fue sustituido por otro de Manuel Pineda Calderón al no gustarle al cliente la primera talla. La nueva imagen de la Virgen del Monte llegó a Cazalla en tren, siendo trasladada a pie por la misma vía férrea hasta remontar la pendiente que conduce a su ermita, donde fue colocada en su altar.
La propia hermandad tuvo que reconstituirse de nuevo, recuperando poco a poco su patrimonio y la normalidad tras el estallido de la Guerra Civil. Fueron sucediéndose las juntas de gobierno, siendo a finales de los sesenta cuando se toma la decisión de adelantar la romería desde el último domingo de agosto al día 15 para que los emigrantes pudieran acompañar a la Virgen del Monte. Por esas fechas, ya se veía como una necesidad la restauración de la ermita, levantada dos siglos antes.
Esa intervención integral –una de las actuaciones más importantes en la historia de la hermandad de los últimos 50 años– no tendrá lugar hasta 1991, siendo consagrado el templo el 12 de enero de 1992 por el arzobispo de Sevilla, Carlos Amigo Vallejo. La restauración consistió en el arreglo de cubiertas y forjados, la consolidación de la estructura de todo el edificio, la iluminación exterior, carpintería de madera y cerrajería, la restauración de las pinturas murales, lienzo y mobiliario, limpieza del retablo y urbanización y ajardinado del entorno.
Cuatro años antes, el Arzobispado aprobó las actuales reglas de la hermandad. Éstas constan de un preámbulo y diez capítulos. Su principal fin: “Promover y tributar culto público a la Santísima Virgen Madre de Dios, en su misterioso título del Monte y promover su devoción”.
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[Reseña histórica extraída del libro Nuestra Señora del Monte, patrona de Cazalla: Historia, Arte y Devoción, del historiador Salvador Hernández González].