La Virgen del Monte cuenta con un rico ajuar, en el que destacan la corona, dos ráfagas y una media luna de plata, mantos y sayas. Éstos son los principales enseres:
ORFEBRERÍA:
Las piezas más antiguas son dos coronas de plata de ley, pertenecientes a la Virgen y al Niño, respectivamente. Ambas responden a un mismo modelo, denominado ‘imperial’: una base formada por un arco o ‘canasto’ del que arrancan unas bandas (seis en la de la Virgen y cuatro en la del Niño) que se unen en su parte superior en una bola del mundo rematada por una cruz. Este modelo fue muy usado en la segunda mitad del siglo XVII.
La corona de la Virgen, de 95 milímetros de diámetro en el canasto y una altura de 21 centímetros desde la base de éste hasta la cruz, muestra en sus superficies una rica ornamentación, en la que destacan las ‘ces’ pareadas que envuelven rombos y círculos alternativamente, en la base de las bandas, mientras que la superficie de éstas son recorridas por roleos y hojas de acanto.
La corona del Niño, de 54 milímetros de diámetro en el canasto y 12,5 centímetros de altura desde la base del aro hasta la cruz, muestra una decoración semejante, compuesta a base de roleos que envuelven óvalos y rectángulos alternativamente, en la base del aro, mientras que las bandas están formadas por una especie de cartelas que albergan triángulos.
Además de estas dos coronas, la hermandad cuenta con otras dos –ejecutadas en plata de ley y bañadas en oro–, obras del siglo XX aunque inspiradas en obras dieciochescas.
A estas dos piezas le sigue en fecha, ya en el siglo XVIII, la media luna de plata, donada por María Campo en 1721, según refiere la inscripción grabada sobre la propia pieza. En el centro de ésta se dispone una cabecita de querubín, mientras que sus puntas son rematadas por sendas estrellas.
En la segunda mitad del siglo XVIII debe fecharse la pieza más llamativa de la colección: la gran ráfaga de plata. Compuesta por rayos lisos y biselados unidos a una base recorrida por roleos, su perfil reproduce el de la imagen a la que va destinada.
No es hasta el siglo XXI -concretamente hasta 2013- cuando la Virgen del Monte estrena su primera ráfaga en plata sobredorada, diseñada y ejecutada por el orfebre Fernando Marmolejo Hernández. Éste y su familia donó un cetro que remata el conjunto.
De Marmolejo Hernández es también la fabulosa peana y andas de plata que Nuestra Señora del Monte estrenó en 2014 con motivo de su traslado al santuario. Se trata de una pieza de estilo neobarroco -inspirada en otra de madera dorada del siglo XVIII que tuvo la Virgen y que se perdió- y que recuerda al templete que el padre del autor realizó en 1992. Lleva cuatro cartelas con leyendas inspiradas en la oración del Magnificat.
Otra pieza digna de mención es el llamador del paso de la Virgen, ejecutado en bronce cincelado y bañado en plata, de 22 centímetros de longitud por 11 de altura. De estilo barroco, se compone de una cartela en la que se representa la Virgen del Monte y su santuario, flanqueada por movidas rocallas, apareciendo en la base del llamador una placa con inscripción referente a su donación en 1994. Es obra, igualmente, del orfebre Fernando Marmolejo.
Muy llamativa resulta también la colección de rosarios, con ejemplares de los siglos XIX y XX, ejecutados algunos de ellos en filigrana de plata.
El ajuar de la Virgen del Monte cuenta también con una buena representación de piezas de joyería propiamente dicha, como pendientes de oro; dos cruces de oro y plata, respectivamente; una pulsera de oro y perlas finas; una medalla de nácar, oro y puntas de diamantes; una pulsera de oro, coral y circonitas blancas, y un zapatito en filigrana de plata, entre otras.
Entre las últimas piezas incorporadas destacan las rosas de esmeraldas y brillantes engarzadas en oro blanco, inspiradas en el conjunto que el torero Joselito el Gallo regaló a la Macarena y que ésta luce en su pecho.
BORDADOS:
Respecto al vestuario de la Virgen del Monte, una de las piezas más antiguas es una saya de brocado celeste y plata, con motivos florales y aplicación de encajes de plata a modo de volantes, cuya ejecución bien puede fecharse en el siglo XVIII.
Pero la pieza principal es el manto de salida procesional, realizado en terciopelo rojo bordado en oro, con una cenefa a base de cuernos de la abundancia y roleos combinados con decoración vegetal y un tachonado de estrellas y granadas.
Con este manto forma juego una saya de tisú de plata bordada en oro a realce con roleos, cuernos de la abundancia y decoración floral, también del siglo XVIII, aunque con los bordados pasados a nuevo soporte y enriquecidos. A su lado va el traje del Niño, ejecutado con la misma técnica.
En 2014 incorporó otro manto, concretamente uno de tisú verde bordado en seda y oro fino con motivos florales confeccionado en los talleres de Fernández y Enríquez. En el extremo inferior de la cola presenta la inscripción ‘Carmen’ en alusión a Carmen Rojo Lozano, esposa del donante y camarera de la Virgen fallecida en marzo de ese año.
Del siglo XIX se conservan tres sayas. La primera está ejecutada en raso blanco bordada en seda de colores con motivos florales, utilizando la técnica del pasado. La segunda, también de raso blanco, está bordada en oro a realce, formando un dibujo recompuesto a base de piezas de la época, yendo a juego el traje del Niño. La tercera está ejecutada en terciopelo verde, bordada en oro con motivos florales y teniendo a juego el traje del Niño. Otra saya, de terciopelo azul liso, es obra del siglo XX.
Otras prendas de la Virgen son dos tocas, una de malla de oro y otra de tul bordada en oro con lentejuela y flores, del siglo XIX.
El ajuar del Niño cuenta con varios trajes. Del siglo XIX son uno bordado en seda verde y amarilla y otro de color salmón también bordado en seda. Del siglo XX destacan dos de raso, blanco y celeste, respectivamente, y uno de tul bordado en oro y lentejuelas.
CERÁMICA:
Aparte de la azulejería repartida por el camarín y de los cuadros cerámicos que reproducen la imagen de la Virgen, destaca el conjunto que recubre la mesa de altar, ejecutado por la fábrica de Hijo de José Mensaque y Vera en el sevillano barrio de Triana. Esta pieza fue regalada por Elena Redondo de Carrasco en abril de 1935, según consta en la inscripción.
El frontal lo centra el anagrama mariano dentro de una cartela flanqueada por una pareja de ángeles, repartiéndose por el resto de la superficie una amplio despliegue de roleos, mientras que los paneles laterales presentan una rica decoración formada por tallos que arrancan de un eje central o candelieri coronado por una cabeza de querubín y se rematan por flores en sus extremos. Esta obra, inspirada en las creaciones del Renacimiento, muestra una gran riqueza cromática y una depurada ejecución, siendo una buena muestra de la azulejería sevillana de la época.