La primitiva efigie de Nuestra Señora del Monte, desaparecida en 1936 y conocida a través de fotografías antiguas, era una obra de gran interés artístico, de autor anónimo perteneciente a la escuela sevillana y que se puede fechar a principios del siglo XVI.
La Virgen, que medía un metro aproximadamente, aparecía de pie, llevando al Niño en su brazo izquierdo y el cetro en el derecho, lujosamente ataviada con saya y manto, y coronadas las sienes de Madre e Hijo con sendas coronas. Se sabe que esta antigua imagen era de bulto redondo, con sus vestiduras policromadas en azul con estrellas doradas, según indican testimonios orales, sobreponiéndose después las lujosas prendas que integran su ajuar.
Los rasgos finos y alargados del rostro de la Virgen, de cierta rigidez, denotan el eco de la escultura del gótico final, aunque el suave modelado de sus mejillas apunta ya a la delicadeza del Renacimiento. En época barroca debió ser restaurada, colocándosele cabellera postiza y posiblemente una nueva policromía, según se advierte en las fotografías conservadas.
Al desaparecer la primitiva efigie de la Virgen del Monte se planteó la necesidad de contar con una nueva escultura, que fue ejecutada previsiblemente por el hijo de Antonio Castillo Lastrucci en 1937 a encargo de Manuel Perea Villa. El Niño, sin embargo, es obra de Manuel Pineda Calderón (1938).
Nuestra Señora del Monte aparece de pie, vestida con saya –ajustada por cíngulo, que expresa la castidad de María– y manto, ciñendo sus sienes la corona como atributo de realeza y símbolo de victoria y de dominio. En su mano izquierda porta al Niño Jesús y en la diestra el cetro real, como Reina del Cielo y dispensadora de todas las gracias, y rosario. El Niño, también coronado, lleva en la mano izquierda la bola del mundo, creado y redimido por Él, mientras bendice con la diestra.
Estilísticamente, la escultura de la Virgen del Monte está llena de encanto, que emana de sus profundos ojos negros, de dulce mirada, y de la suave sonrisa que esbozan sus labios. El Niño Jesús muestra una expresión de honda alegría infantil, subrayada por la viveza y expresividad de su mirada y la finura de sus rasgos fisonómicos.
La cabeza, el busto, la mascarilla, el candelero y los brazos de la escultura están tallados en madera de pino de Flandes, mientras que las manos son de madera de pino. La Virgen fue remodelada en 1996 por el escultor sevillano Luis Álvarez Duarte.